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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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SIGUIENDO SU CAMINO


Que la publicidad y el cine están cada vez mas relacionados ya lo sabemos. Cada vez hay más directores que pasan del mundo de la publicidad al cine, y a veces ocurre lo contrario, directores famosos que son llamados para añadir prestigio a una campaña publicitaria. Éste es el caso. BMW, hace unos años, tuvo la idea de que un grupo de directores como Ang Lee, Tony Scott, Guy Ritchie, Wong Kar-Wai, Alejandro González Iñárritu o John Frankenheimer rodaran unos cortos, en los que el único elemento común sería la importancia que tendría un coche en la historia (lógico), y que el conductor sería Clive Owen (mejor nos lo ponen).
En The follow nos encontramos ante una típica historia de cine negro: alguien es contratado para seguir a una misteriosa mujer, la obligada voz en off... Si a esto le añadimos que a Owen le acompañan Mickey Rourke y Forest Whitaker la cosa pinta pero que muy bien. La mano de Wong Kar-Wai se nota en la manera de usar la música y la fotografía.
Y ahora la pregunta del millón (¿o es que acaso os creíais que iba a ser menos que Marcbranches?) ¿Cuántos puntos le habrán quedado del carné de conducir a Clive Owen después del rodaje de toda la serie de cortos?

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BOLA (NEGRA, POR SUPUESTO) A LA ESQUINA


¿Qué tal se os dan los juegos de mesa, jóvenes padawanes?

Mis habilidades para ese tipo de juegos es directamente proporcional a mi sentido del equilibrio al bailar salsa: uséase, rezo para no causar daños colaterales. Sí, yo hice campanas en el colegio como todo quisque (o quizás menos, yo de niño era mucho mejor persona que ahora); y sí, había un bar cerca del colegio con futbolines y billares (los dueños de los bares no son tontos) (nosotros sí). Por los resultados, parece que necesitaba bastante más entrenamiento. ¿Futbolín? A la defensa siempre: mi mayor logro se limitaba a levantar la bola con el portero de vez en cuando (chulería que me costó más de un autogol y de una colleja). ¿Dardos?: ¿conocéis la expresión “cuerpo a tierra”? La inventaron unos amigos míos la segunda vez que lancé una de esas cosas puntiagudas (en la primera logré el inigualado hito de clavar el dardo por la parte de atrás. En el reloj que había encima de la diana. Desde entonces a este lanzamiento se le llama, con aire bíblico, “la parábola marcbranches”). ¿Máquinas del millón? La única manera de conseguir una bola extra era metiendo cinco duros más. ¿Billar? Teníais que verme poniéndole tiza frenéticamente a los tacos, como si ella tuviera la culpa de mi nulo sentido de la geometría: nunca un gesto fue tan inútil... Curiosamente, hubo un par de horas en mi vida en las que deseé jugar bien al billar, las que sucedieron a la proyección de “El color del dinero” en el cine del barrio. Sí, yo confieso, confieso, por mi culpa, por mi grandísima culpa, que una vez, de pequeño, quise ser Tom Cruise. Enseguida mi sentido común me apartó del camino de la cienciología, y, años después, con la cinefilia ya a flor de piel, investigué en la raíz de aquella película, y descubrí “El buscavidas”.

Penúltima película del guionista y director Robert Rossen, “El buscavidas” está considerada por muchos una de las obras cumbres del cine americano. Es una película que huye de las concesiones cual Paris Hilton de la ropa interior: sórdida (aunque no de manera exhibicionista), áspera, melancólica, pesimista, “El buscavidas” apenas da tregua a la luz del sol, manteniendo durante casi todo su metraje las persianas del optimismo bajadas. Narrativamente, su desarrollo es anticonvencional. Los primeros cinco minutos los dedica a dibujar al personaje principal, Eddie “Fast” Nelson (Paul Newman), dedicándose a timar a unos desgraciados en un tugurio de mala muerte cualquiera junto a su amigo y agente Charlie Burns (Myron McCormick). Pero luego, sin más preámbulos, Rossen nos lleva a una escena que en cualquier otra película, aún hoy, estaría situada al final del segundo acto: la caída del héroe. Durante más de media hora, asistimos al inacabable duelo (más de un día) billarístico entre Eddie y “Minessota Fats” (Jackie Gleason) (“Fast” contra “Fats”: ¿casualidad? dúdolo mucho), una contienda en la que Eddie pone al descubierto su flaqueza de carácter, su arrogancia, y su excesiva atención al alcohol. Hablando claro: el orondo y elegante “Fats” le da vaselina primero, para luego rematarle después. Los pedazos de Felson los recoge una cualquiera llamada Sarah Packard (Piper Laurie), con la que inicia una relación sentimental basada en la soledad mutua, el derrotismo existencial (“hemos firmado un contrato de depravación. Sólo tenemos que bajar las persianas”) y el bourbon (JTS Brown, por favor). El villano del film es el mecenas ventajista Bert Gordon (George C. Scott), capaz de matar a su abuela por una comisión, que se interpone en la fatalista relación de Eddie y Sarah de manera impenitente. No hay cuartel en esta desencantada historia de raterillos de baja intensidad y perdedores profesionales, y a su negritud colabora de manera decisiva el director de fotografía, Eugen Schüfftan, quien nos regala un trabajo sin concesiones en los que destaca la asfixiante composición del garito Ames, del que parece que uno jamás sale igual que entra. Robert Rossen apenas hace uso de la banda sonora; prefiere que la música la aporten los tacos, las bolas y la armónica danza de los jugadores alrededor de la mesa.

En cuanto a las interpretaciones de los actores principales, es justo destacar el porte y la personalidad que le da Jackie Gleason a su “Gordo de Minessota”, y la composición del gran Geroge C. Scott en un papel a su medida. Piper Laurie está correcta, sin más, y en cuanto a Paul Newman... Ojo-comentario políticamente incorrecto: muchos han escrito que esta es una de sus mejores interpretaciones, pero Mi Majestad discrepa abiertamente. En la cresta de la ola después de éxitos como “Marcado por el odio”, “El largo y cálido verano” o “La gata sobre el tejado de zinc”, su actuación en “El buscavidas” me resulta irregular y en muchas ocasiones afectada por el virus “James Dean”, que te inocula una insufrible necesidad de mostrar chulería intercalada con sensibilidad masculina unas dieciséis veces en la misma escena. Opino que se han visto mejores Newmans que este, en particular a medida que cumplía años y sabidurías. Incluido su Eddie Nelson resabiado y de vuelta de tacos y tizas azules de “El color del dinero”...

Y para acabar, pregunta de nota al estilo Smonka: ¿qué cinéfilo boxeador tiene un pequeño papel como camarero de tugurio en “El buscavidas”?
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PERRA VIDA



El caso de los cuates que forman la “Tequila gang”, Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, es bastante atípico en el mundo del cine: son amigos, producen las películas de los otros, se ayudan en el montaje, se dan ideas y consejos mutuos... Así da gusto, oiga.
De los tres mariachis, González Iñárritu es el que tuvo el debut mas espectacular con Amores perros, en el que dejaría claro el estilo que ha usado en sus siguientes películas, 21 gramos y Babel: historias cruzadas, en las que se salta no tan sólo de un personaje a otro, sino en el tiempo, creando una especie de puzzle que el espectador tiene que hacer encajar. ¿Y qué piezas teníamos aquí?
- Octavio (Gael García Bernal) vive con su familia y está enamorado de la esposa de su hermano. A la que descubre que su perro Cofi es prácticamente invencible se mete de lleno en el mundo de las luchas caninas.
- Valeria (Goya Toledo) es una modelo famosa; está liada con un hombre casado, que por fin se ha decidido a abandonar a su mujer e irse a vivir a un piso con ella y su perrito faldero, Richi.
-El Chivo (Emilio Echevarría) aparentemente es el típico mendigo que vive rodeado de perros abandonados que va recogiendo, pero en realidad es un asesino a sueldo.
En principio no pueden ser mas distintos, al igual que son diferentes los sentimientos que les unen a sus perros; en el primer caso tan sólo es una fuente de ingresos, en el segundo una mascota mimada y en el tercero una criatura a quien la sociedad ha dado la espalda, pero en los tres casos hay una cosa común: un adulterio y sus consecuencias. Cuando se crucen las tres historias en un segundo debido a un accidente de tráfico cambia todo. El personaje mas interesante de todos, el Chivo, tiene dos escenas clave que demuestran perfectamente su mentalidad: a la que ve el accidente quien le preocupa es el perro, no los pasajeros del coche, y a la que vuelve a casa y encuentra a sus perros muertos es incapaz de disparar al perro que lo ha causado, aunque pueda matar a sangre fría a una persona, ya que comprende que ese perro es demasiado parecido a él.
Tal vez hay quien encuentre mejor 21 gramos o Babel, con las que Iñarritu ha querido hacer una trilogía, pero Amores perros tiene una frescura de la que carecen sus predecesoras y un sabor latino de lo mas saludable.
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LAS LOCAS, LOCAS AVENTURAS DE HORTELANO Y PINCEL


Sí, el título es irónico. Leche, que hay que explicarlo todo.

Coges la cartelera del periódico, un viernes cualquiera, y te repasas los estrenos cinematográficos de esa semana. Suelen ir reseñados por orden de importancia (= taquilla potencial), así que las primeras te suenan porque te las han metido por los ojos durante los últimos días. La cuarta entrega de las aventuras de un poli que habla como Ramón Langa, un musical en el que Vincent Vega se disfraza de mujer, un melodrama tipo “no sin mi marido” con superestrella jolibudiense oscarizablemente afeada, una comedieta norteamericana lobotomizada, la enésima película española con caducidad de dos semanas... Y al final de la lista, entre la nueva revelación del cine ghanés y ese documental peruano de corte minimalista, se encuentra una película francesa de la que nadie había oído hablar. Te lees la sinopsis, que te confirma que, efectivamente, es una película francesa: “Después de haberse dado a conocer en París (¿ves?), un pintor quincuagenario regresa a su pueblo natal en la Francia profunda (por si no te había quedado claro) para instalarse en la casa donde transcurrió su infancia; pone un anuncio para contratar a alguien que cuide su enorme jardín, y el primer y definitivo candidato será un ex-compañero de colegio, un jardinero que le asombrará gracias a la simplicidad y franqueza con la que observa el mundo”. Vale, tiene toda la pinta de ser la típica franchutada: ritmo lento y cadencioso, interpretaciones afectadas, mucha campiña gala, mucha metáfora trascendente, mucho silencio revelador. Altas posibilidades de “espesura intelectual”, uséase, coñazo subtitulado. Pero el caso es que a mí, vayapordioshombre, me gusta el cine francés. ¿Director? Jean Becker. Me suenan algunas de sus películas, pero sólo de oídas. ¿Actores? Jean-Pierre Darrousin y Daniel Auteuil. ¿Auteuil? Alto ahí, esto ya son palabras mayores. Está bien, iré a verla, maldita sea...

Más o menos, este fue el proceso mental (llámenlo mental, llámenlo x) que me llevó a plantarme en los Verdi para ver “Conversaciones con mi jardinero”. A veces, es tan sólo una chispa que te hace levantarte del sofá y marcharte al cine. En mi caso, chispa = Daniel Auteuil, uno de los mejores actores europeos, y del que siempre recordaré su inolvidable personaje de “Un corazón en invierno”. Gracias, Dani, tío, no me decepcionaste. “Conversaciones con mi jardinero”, basada en un libro de Henri Cueco, es una película etérea, incorpórea, casi diría que gaseosa, que transcurre de manera tan fluida como imperceptible, como observar un arroyo en primavera: parece que el agua no se mueve, pero el sonido de su regurgitación, su líquido ronroneo, te hipnotiza, te apacigua. No hay en la película mucho más allá de la sinopsis anteriormente citada, narrativamente hablando. La base argumental es el propio devenir del día a día de los dos personajes (que se llaman el uno al otro Pincel y Hortelano, sin que sepamos sus verdaderos nombres), la sutil consolidación de su amistad, el fortalecimiento imperceptible de su confianza mutua. Con una dirección discreta y sin alardes, basada en el plano-contraplano y las fotografías naturalistas de campiña francesa, Jean Becker, de manera fluida, nos va mostrando ese proceso sin necesidad de diálogos trascendentes y conversaciones plomizosóficas; de hecho, la ironía y mordacidad de ambos caracteres está presente en toda la película. Sin embargo, los dos personajes no están a la misma altura, sino que el jardinero ejerce de maestro de la vida sobre el pintor, que es el único que sufre una evolución durante el film. Pincel (Auteuil) pasa de ser el típico artista de éxito pagado de sí mismo, egocéntrico, obsesionado con la visión de su obra que tienen los demás, a preocuparse por su entorno (metáfora: su jardín) y por la gente de su alrededor. Y todo gracias a Hortelano (Darrousin), un ferroviario jubilado amante de la jardinería, sencillo, sabio desde su simplicidad, que demuestra que la inteligencia no viene de la formación intelectual, sino del sentido común. Su llaneza y sensibilidad popular implosionan en Pincel, al que ayuda a recorrer un camino que el jardinero ya ha transitado. Becker y Cueco muestran un sarcástico desprecio, salpicado de superioridad moral, hacia la intelectualidad urbanita; sobre esto se explayan en la escena (que me retrotrajo a cierta secuencia de "Annie Hall" con tito Woody y Marshall McLuhan) en la que el pintor destroza a un crítico pictórico sabelotodo con frases extrapoladas de su sencillo amigo.

Una película así sólo se sustenta a través de unas interpretaciones por encima de la media, y Becker, que de tonto no tiene un pelo, se apoya en dos grandes columnas jónicas (a la vez que galas) de la profesión. Daniel Auteuil tiene el personaje quizá más agradecido, porque es el que evoluciona, el que se impregna de humanidad, el que aprende que hay vida más allá de su ombligo. Para Jean-Pierre Darrousin (en un papel pensado para Jacques Villeret, el de “La cena de los idiotas”, que falleció antes de iniciarse el proyecto), sin embargo, queda, en mi opinión, la mayor gloria de un personaje hermosísimo, ese humilde jardinero que ha encontrado la felicidad en sus rutinas (cada año, vacaciones en Niza con la mujer y parada en el Paseo de los Ingleses), sus patatas, sus pepinos, su pensión ferroviaria o su dentista gratuito; que sabe de la vida y milagros de todo el pueblo sin necesidad de juzgarles; que distingue sus límites y que los acepta con una sonrisa en los labios; un ser humano tan único, tan extraordinario, que conoce lo que muy pocos conocen. La felicidad. Yo, de mayor, quiero saber lo que sabe el Hortelano.
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HASTA QUE LLEGÓ ARMÓNICA


Si señor, el de Hasta que llegó su hora (mala traducción de Once upon in the west) es un comienzo deslumbrante, en el que los títulos de crédito van apareciendo con premeditada lentitud, y la banda sonora la forman los objetos cotidianos: un molino que chirría, una gotera...
Tres pistoleros, que en principio Leone quería que hubieran sido Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, para simbolizar el fin de la trilogía de “el dolar”, pero fueron sustituidos por Jack Elam,Woody Strode y Al Mullock (al menos el cambio no fue desacertado), esperan pacientemente la llegada de un tren. Compartimos con ellos su aburrimiento: a uno le molesta una mosca (que se consiguió untando la cara de Elam de melaza), a otro el ruido de una gotera, otro juega con los dedos... Silencios, ruidos repetitivos, tensión y primerísimos planos. Por fin llega el tren, de modo que ya no cuento más.
Las referencias a diferentes westerns son constantes en esta película (gentileza de los guionistas Bernardo Bertolucci y Dario Argento); analizemos las de esta escena:
- los pistoleros esperan en una estación de tren, como en Sólo ante el peligro.
- el rifle que lleva Woody Strode tiene el mismo tipo de gatillo que uno que llevó John Wayne.
- la armónica que toca Charles Bronson es el equivalente a la guitarra de Johnny Guitar.
Y estamos tan sólo en los títulos de crédito ¿hay alguien que dé más? Siento muchísimo no haber podido conseguir la escena entera.

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EL PREMIO SOLIDARIO ES MÍO, MÍO Y SÓLO MÍO


Quisiera aprovechar para agradecer a los miembros de la Academia... Perdón, no era este discurso. ¿En qué bolsillo lo guardaría? ¡Ah, sí, ya recuerdo! Lo tenía en el pantalón vaquero negro que metí esta mañana en la lav... Mierda. A improvisar otra vez, marcbranches.

Pues eso. La señorita (¿la llamo señorita? ¿la llamo señora? ¿la llamo por teléfono?) Donna Angelicata, de cuyo buen gusto, proceder y calado moral (no de su excelente prosa) debo dudar intensamente después de tamaña afrenta al sentido común, ha decidido otorgarnos el Premio al Blog Solidario, cosa que, cual Borbón, nos llena de orgullo y satisfacción (en este señalado día). Personalmente, me sorprende sobremanera este laurel, teniendo en cuenta que yo no soy solidario ni conmigo mismo: me como a escondidas el bocadillo de chope en el recreo, no le presto mis DVD’s ni a Scarlett Johansson pidiéndomelo en pelota picada, y a los niños etíopes que les apadrine Angelina Jolie, que es una profesional del ramo. Sin embargo, hay que darle candela a la meme, así que, en un gesto solidario que nos honra más incluso que el premio, nos disfrazamos de calvo de la Lotería y repartimos honores y sonrisas a (pero sin) discreción. Redoble de tambores. Golpe de platillo.

- El blog de Jotacé.
- Bienvenido a nunca jamás.
- Fábrica de ilusiones.
- Sesión discontinua.
- Azena Metahedones.
- Cineahora.
- Lápices para la paz.

Dicholocualo, publicamos públicamente, de manera solidariamente obligatoria, las reglas para este galardón. Akoki:
1.- Escribir un post mostrando el PREMIO y citar el nombre del blog que te lo regala y enlazarlo al post que te nombra (de esta manera se podrá seguir la cadena).
2.- Elegir un mínimo de 7 blogs que creas que se han destacado alguna vez por ayudar, apoyar y compartir. Poner sus nombres y los enlaces a ellos (avisarles).
3.- Opcional. Exhibir el PREMIO con orgullo en tu blog haciendo enlace al post que escribes sobre él y lo otorgas a otros.

Y hasta aquí. Sí, vale, todo muy potito, pero... ¿Si llevo este post a una casa de empeños me darán algo?
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QUITANDO HIERRO AL ASUNTO


Lo sé. Me ha dado la fiebre amarilla. Hay cosas peores ¿no? Así que si queréis ya podéis coger el arroz tres delicias y los rollitos de primavera para ir ambientándoos, mis pequeños saltamontes.
Ahora hay algunos directores que son habituales en cualquier festival de cine que se precie, ya hemos hablado de Wong-Kar Wai, y ahora le ha tocado el turno a Kim Ki- Duk.
¿Qué es Hierro 3? Vale, óxido de hierro, listillos, ya veo que aprobasteis la química (es que yo soy de letras); pero también es el nombre de un palo de golf que se usa muy pocas veces.
Tae-Suk Hyun-Kyoon Lee (una monada de chico) es un joven bastante peculiar, se dedica a habitar pisos o casas que sabe que han sido abandonadas temporalmente, pero no es un okupa al uso ni un ladrón: arregla las cosas estropeadas que encuentra (por cierto, se me ha averiado la nevera, creo que voy a irme unos días fuera), lava la ropa, se hace fotografías con objetos que representen a los dueños de la casa... Es como si quisiera formar parte de la vida de esa gente o como si estuviera probando donde encaja. En una de sus incursiones es descubierto por una chica, Sun-Hwa (Lee Seung-Yeon); ella acaba de ser maltratada por su marido y se siente fascinada por la misteriosa personalidad del muchacho, de modo que decide irse con él.
Ha llegado el momento de decir una cosa: ninguno de los dos personajes se dicen nada durante toda la película (debió de ser agotador aprenderse el guión), y sin embargo los dos se entienden a la perfección, porque ya lo decía su majestad Elvis I, "You don't have to say you love me". No necesitan decir que se quieren, se lo demuestran con sus miradas, su manera de prepararle la comida el uno al otro, cortarse el pelo o lavar la ropa exactamente igual que haría el otro. Sun-Hwa se adapta perfectamente al juego de Tae Seuk, quiere estar en sus fotografías también. La complicidad entre los dos es total.
Poquísimos diálogos, escenas que se repiten como si fuera un ritual y un total desconocimiento del pasado de los personajes (me habría gustado saber mas sobre el pasado de Tae-Suk) hace que tal vez no sea de fácil acceso para la mayoría, aunque hay pinceladas de humor como algunas de las irrupciones de los propietarios de los pisos.
La parte mejor y mas inquietante es la del final, Tae-Suk no sólo quiere no hablar, sino que tampoco quiere ser visto y poco a poco va aprendiendo a convertirse en invisible, para todos excepto para Sun-Hwa; y lo consigue, en una escena tan sorprendente como hermosa, llena de sugerencias.
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PROYECTOS SESIONES DOBLES: INGMAR BERGMAN


Para los nuevos lectores voy a explicar, al mismo tiempo que refresco la memoria de los lectores habituales, un proyecto que comenzó hace unos meses, llamado Sesiones dobles. No, no es una grindhouse. Ni falta que le hace.
Promovido por Jazzman y Nataliabook, consiste en que una serie de blogs comenten dos películas de un director, para compartir así opiniones. Se indica a los lectores el director y las películas elegidas, el tiempo que tienen para verlas y a partir de cuando pueden empezar a comentarlas.
En esta ocasión el elegido era bastante evidente, el recientemente fallecido Ingmar Bergman, y las películas son dos de las mas emblemáticas suyas: El séptimo sello y Fresas salvajes. Las fechas son:
- para el visionado, del 17 de septiembre al 31 de octubre
- para la publicación y comentarios, del 1 al 15 de noviembre.
Y los blogs participantes son:
Sesiones dobles , Books & films , El diario de Mr. MacGuffin, Sesión doble, Cineahora, Fábrica de ilusiones, El espejo de los sueños, Arte y literatura , El trono de Hatti, La mujer justa, Ojo de buey, Himnem, El lamento de Portnoy, Otros clásicos, Mitte, El día del cazador y La linterna mágica.
Así que, si queréis participar, ya podéis empezar a poneros las pilas y no os hagais los suecos. Busque, compare y si encuentra un blog mejor... comente.
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SI RAYMOND CHANDLER HICIESE UNA BUDDY MOVIE


Cuando uno se considera un cinéfilo de pro, con cierto background, de aquellos que, en las reuniones con los colegas, es capaz de hablar diez minutos sobre una película sin que ninguno de ellos sea capaz de determinar si la película te ha gustado o no; cuando uno se autoproclama, como decía, un acusado cinéfilo, le da bastante rabia que una pequeña joyita se le pasee desapercibida por la cartelera sin que su agudo olfato cinéfago la haya advertido. Sí, vale, unos meses después su humilde fulgor habrá llegado hasta sus dominios y la recuperará en DVD... pero ya no es lo mismo. Dense una vuelta, jóvenes padawanes, por la bloguería cinematográfica, y asistirán a una pléyade de lamentos, condolencias y flagelaciones por haber dejado pasar “Kiss kiss bang bang” por esas diminutas multisalas de V.O. sin mover un músculo. Claro, luego vienen las excusas de mal pagador: que si el cartel echaba para atrás (cierto), que no ha habido campaña publicitaria (cierto, pero para un cinéfilo DE VERDAD, no es excusa), que cualquiera se fía de Robert Downey Jr. (retirada de carné de cinefilia inmediata), que si yo no sabía quién era Shane Black (¿dónde está la comisaría más próxima?).

Bien.

Yo la vi en el cine.

Por detallitos sin importancia como este me llaman Su Ilustrísima Eminencia Marcbranches (momento de orgullo desmedido y absurdo patrocinado por Cosméticos Lamiaesmaslarga). Es igual. El caso es que “Kiss kiss bang bang”, la primera película dirigida por el guionista-gurú del cine de acción gamberroide y desmedido de los 80/90, Shane Black, se ha convertido en una pequeña pieza de culto que ha adquirido enorme predicamento entre cierto sector de la crítica, tanto profesional como amateur. Este desvergonzado ejercicio de metalingüismo cinematográfico, entre otras lindezas, tiene la caradura de iniciar cada episodio en los que está dividido con el título de una novela o ensayo de Raymond Chandler. Antes de nada, por si algún despistado aún no se ha enterado, Shane Black fue el escritor de joyas como “Arma letal”, “El último boy scout” o “El último gran héroe”, por las que ganó unos chorrocientos millones de dólares (o más) y, durante un ratito, se convirtió en el Joe Eszterhas del cine de acción-con-chascarrillo. En “Kiss kiss bang bang” se ha soltado las amarras, y de qué manera. El argumento de la película es de cine negro de lo más clásico: Harry Lockhart (Robert “lo prometo, señoría” Downey Jr., en absoluto estado de gracia), un ladrón-pero-buena-gente con tendencia a aparecer en los sitios equivocados acaba, por error, en un casting de Hollywood; sorprendentemente, le dan un papel, para el cual se ha de preparar con el detective homosexual (y orgulloso de serlo) “Gay” Perry (Val “dónde está mi cuello” Kilmer); ambos se entremezclan en un caso de doble asesinato, que acaba de complicar la aparición de Harmony Lane (Michelle Monaghan), el amor platónico escolar de Harry. En realidad la trama es bastante más complicada que todo esto, y si no estás muy atento a los diálogos-ametralladora (o a los subtítulos), corres serio riesgo de pérdida (o de poner cara de, como diría Joey Tribbiani, “dividir mentalmente 6587 entre 121”). Este ocasional confusionismo es uno de los defectos del film, al que habría que añadir cierto ombliguismo del director, cuya superioridad moral no queda claro si es un recurso humorístico o no. Por encima de estas debilidades, “Kiss kiss bang bang” es, como decíamos, un divertimento metalingüístico en el que el novel pero enérgico Black mezcla, sin apenas agitar, aspectos de aquello de lo que más sabe: un poco de cine negro cachondón por aquí, un poco de “buddy movie” por allá, bastante de literatura "pulp", una pizca de antiheroísmo crónico, alguna escena más sórdida de lo habitual, cadáveres por doquier, mas una buena amalgama de burlas hacia la mano que le dio de comer (la industria cinematográfica versión L.A.). El sr. Black no deja títere con cabeza: productores, directores, actores (“estaba más mojado que Drew Barrymore en un local grunge”. Dios, adoro a este tío), películas (“no os preocupéis, he visto “El señor de los anillos”, no vais a ver 17 finales”)... Y todo esto, después de unos títulos de crédito que nos recuerdan poderosamente a Saul Bass, a través de la narración en primerísima persona del personaje de Harry, quien se dirige al público de tal manera que incluso se permite frenar el fotograma, como si parase la manivela del Cinexin.

Pero claro, la joya de la corona son esos diálogos marca Shane Black que... va, seré bueno y acabaré el post con dos ejemplos:

- “¿Tu padre te quería?” –“Cuando me disfrazaba de botella. ¿Y el tuyo?”. –“Solía pegarme en morse, así que es posible, pero nunca me lo dijo con palabras”.

- “Ahí me tenéis, sintiendo pena por una tía mientras se me empina. ¿Es eso enfermizo?”

Hombre, Harry, más que enfermizo, diría que es la definición perfecta de lo que es un especimen masculino standard...
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A PROPÓSITO DE SMITH


Habrá quien considere que Kevin Smith no es un buen director, pero se ha de reconocer que como orador es todo un crack, capaz de dejar en el paro a cualquier componente de El club de la comedia ¿Será posible que Silent Bob y él sean la misma persona?. En una ya mítica conferencia en una Universidad, Kevin habló de muchas cosas. Los estudiantes se lo pasaron en grande, y no es para menos; respondió a sus preguntas, entre ellas sobre su relación con Tim Burton y de su opinión sobre su adaptación de Batman (una palangana para las babas de Marcbranches, por favor), algo inevitable tratándose de un comiquero friki como él, o de la de El planeta de los simios.
Totalmente disfrutable; casi -casi- hace que le perdonemos por haber hecho Jersey girl, en la que por cierto había una referencia a Sweeney Tood, la próxima película de Burton ¿pensará demandarle de nuevo? (dicho con risitas incluidas, por supuesto).

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LOS CINCO MINUTOS DE GLORIA DE BOBA FETT





Hace hoy exactamente un año, embargado por el sentimentalismo barato de una boda o de un cumpleaños, escribía, con cierto temblor infantil al teclado, sobre mi primer recuerdo en un cine, nada más y nada menos que “La guerra de las galaxias”. No volveré sobre la fascinación enfebrecida que, como a todo infante que se preciaba de serlo, le produjo aquel universo totalmente nuevo, que le proponía, por aquel entonces, un señor con barba (y sin papada). Así que podéis imaginaros el estado de epiléptica ansiedad, de zozobra psicológica, que trajo consigo el anuncio del próximo estreno de la segunda parte de aquella máquina forjadora de sueños que fue “Star Wars”. El título de la película, “El imperio contraataca”, prometía un efecto multiplicador de aventura y emoción. Jamás llegamos a imaginar el regalo envenenado que supuso aquella secuela. Aunque seguimos abrasando los bolsillos de nuestros padres para comprarnos todo muñeco con atisbo de saga intergaláctica que oliésemos en la juguetería del barrio (con premio honorífico para el Yoda de turno), algunos de los sueños tornaron en inquietas pesadillas: aquella inesperada revelación, casi al final del film, nos había trastornado, no queríamos creerla, y sólo deseábamos que llegara la tercera parte para que se desfaciese el entuerto y las cosas quedaran como nos habían enseñado Disney y sus acólitos: los buenos, a un lado, y los malos, al otro. ¿Que Darth Vader es quién? Amos-anda.

Es comúnmente aceptado, tanto por frikiseguidores de la Santísima Trilogía como por la cinefilia en general, que “El imperio contraataca” es la mejor de las seis películas que componen esta descomunal “soap opera” que ha marcado a tanto infante que, en el fondo, nunca ha querido dejar de serlo (que supongo que somos todos). Cuando todo el mundo esperaba un simple y acomodaticio más de lo mismo, George Lucas le hace un desplante al convencionalismo y se saca de la manga una secuela cargada de oscurantismo, trascendencia bien medida y profundización en los personajes (dentro de un límite: esto no es Shakespeare) (o, en realidad, sí que lo es...); un segundo acto con todas las letras, en el que no hay principio ni final, y en el que se revierten varias de las reglas tácitas (¿dónde se había visto que al héroe le cercenasen una extremidad?) del cine de aventuras. ¿He dicho George Lucas? Lo cierto es que, en perspectiva, hay que darle al césar lo que es del césar, y a Kasdan lo que... en fin, ya sabéis. El guión de Lawrence Kasdan (y Leigh Brackett) es pluscuamperfecto, osado, oscuro, y mezcla a la perfección con la sabia dirección de Irvin Kershner; combina magistralmente el enraizamiento en el conflicto de los iconográficos personajes creados por Lucas (quienes, ya desde el primer momento, se nos muestran en status distintos a los que presentaban al final del primer film; han desarrollado una evolución no presenciada por el espectador: la tensión sexual entre Solo y Leia, los apenas asomados poderes de Luke) con la emoción del cine aventurero más clásico. No se confundan: hay acción, y mucha, en “El imperio contraataca”. La excelsa batalla de Hoth, las penurias de Han Solo & company en su huida a bordo del desvencijado “Halcón Milenario” (atención-pregunta: ¿cómo es posible que ese cacharro-reliquia tuneado sea el único en TODA LA PUÑETERA GALAXIA que tiene hipervelocidad? ¿Acaso en ese futuro muy, muy lejano no hay ni un maldito ingeniero de McLaren que lo copie como Dios manda?), o el final operístico-Coppola en el que se entrecruzan la escapada in extremis del grupo de Leia y Lando Calrissian (personaje creado en aras de la corrección política; no había personajes de color en la primera entrega) con la pelea a sablazo láser de Luke y papá Vader, en la que es el giro argumental más sorprendente de la historia del cine comercial desde, quizás, cierto asesinato de “Psicosis”.


Aparte de a los personajes, era necesario desarrollar también el concepto de la Fuerza, y de esa necesidad nace el inolvidable personaje de Yoda, el nuevo mentor de Luke, la marioneta-telepredicador más creíble y entrañable de la historia del cine, quien, durante el adiestramiento del joven Skywalker en el planeta Dagobah, traza las líneas de lo que significa esta ¿religión? ¿energía cósmica? ¿los midiclorianos? ¿los micrófonos? lo que sea. La escena cumbre, que define a la perfección qué es el lado oscuro de la Fuerza, es esa secuencia de semblante onírico en la que Luke derrota a un Darth Vader que resulta ser él mismo: uséase, controla tu mala leche porque si no acabarás con un respirador incorporado el resto de tu vida, y pitarás en todos los controles de los aeropuertos. Por cierto, el Darth Vader de esta secuela es más amenazador que el de “La guerra de las galaxias”, menos histérico, más maquiavélico, más imperial (dios, qué ingenioso soy), y al final de la película... más humano. De hecho, todos los personajes son un poco más humanos que antes en “El imperio contraataca”. Eso, a pesar de que las interpretaciones siguen sin ser nada del otro mundo; Harrison Ford no tiene demasiados problemas para erigirse, a golpe de réplica, en rey de la función, coronado con ese inolvidable “Lo sé” que precede a su hibernación forzosa; Mark Hamill y Carrie Fisher se limitan a no estropearle el tinglado a Luquitas, que ya es mucho. La B.S.O. de John Williams es un paso más hacia la canonización de este señor, no sólo porque aparece por primera vez la legendaria “Marcha imperial”, sino porque todos los temas, incluso los más insignificantes, acompañan con estremecida precisión cada momento del film.


“El imperio contraataca” es, en definitiva, no sólo la mejor película de la hexalogía galáctica, sino una de las mejores obras cinematográficas de los ochenta (eso es, lánzate al río, marcbranches). Sólo hay una cosa que no acabo de entender. Que alguien me explique por qué Boba Fett, el traicionero cazarrecompensas que da caza a Han Solo, se ha convertido en uno de los personajes más carismáticos de la saga en los breves instantes en los que aparece, tanto en esta como en “El retorno del Jedi”. Cosas de frikis, supongo...
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BUSCANDO A WILLIAM



Veamos, ¿cuanto tiempo hace que no hablaba de Shakespeare? ¿Tanto? No puede ser, no se pueden olvidar las buenas costumbres, así que aquí va una nueva entrega de la colección por fascículos Chespir y el cine.
Al Pacino se estrenó como director con Looking for Richard; si la tomamos como una adaptación de la obra la verdad es que tiene bastante que desear y es muy superior la versión de Ian McKellen, pero si se considera un documental gana mucho en interés y es donde están sus mayores aciertos. La fascinación de los actores por la obra de Shakespeare, el complejo de inferioridad que tienen los actores americanos ante los británicos cuando se trata de teatro clásico, el total desconocimiento del ciudadano medio del autor mas adaptado de la historia, considerándole aburrido, pasado de moda y de lenguaje rebuscado con el que no se identifican; todo ello se nos muestra en la película. Vemos en una escena como se encuentran por la calle con un hombre que se acerca a saludar a Al, éste le pregunta si conoce a Shakespeare, el hombre le contesta que si, para descubrir a la que siga con su interrogatorio que no ha visto nada. ¿Cómo juntar esa especie de atracción fatal que sienten los actores por Shakespeare con el minoritario interés del público? Pues mostrando que su obra sigue siendo tan actual como en sus tiempos. Así vemos a Pacino representando ante un grupo de alumnos adolescentes el primer acto de la obra, y su desinterés e ignorancia ante lo que puede significar “Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York”.
Con un montaje al estilo Oliver Stone, se nos van explicando escenas o personajes, mediante expertos en el tema (”los que hablan directamente a la cámara”, como comentan en una divertida escena) Actores shakespearianos de la talla de John Gielgud, Derek Jacobi o Kenneth Branagh comentan sus opiniones, al igual que americanos como Kevin Kline o James Earl Jones y hacemos un recorrido turístico que nos lleva a la casa natal de Shakespeare o al teatro donde trabajó, en una especie de peregrinación intentando encontrar la inspiración que necesitan, aunque lo único que conseguirán será que se dispare la alarma de la casa.
Ricardo es un personaje interesantísimo, un villano memorable de mente tan retorcida como su cuerpo que no tiene el mas mínimo reparo en ir eliminando a los miembros de su familia con tal de conseguir el trono, por lo tanto no es de extrañar que una golosina para cualquier actor fuera del agrado de Pacino, además la trama viene a ser un desquiciado culebrón estilo Dallas. El resto del reparto es brillante: Alec Baldwin, Winona Ryder o Kevin Spacey, aunque me quedo con Spacey, que encarna a al pérfido conde de Buckingham, compañero de fechorias del aspirante a rey, por la escena cuando descubre que éste le ha engañado,una vez conseguidos sus propósitos, en la que le roba el protagonismo a Michael Corleone (por cierto, ese sí que era un personaje Shakesperiano).
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EL BAILE DEL PAÑUELO




Guardad los tomates y envarad esos insultos que sobresalían por vuestras comisuras, que no me refiero al glorioso éxito musical de ese Leonard Cohen hispano llamado Leonardo (off course) Dantés, sino a esta escena de “La casa de las dagas voladoras”, la penúltima película del extraordinario director chino Zhang Yimou, el cual se ha especializado en los últimos años en anteponer el continente al contenido, la plasticidad de la imagen elevada sobre el relato, la danza por delante del personaje, el wuxia por encima del drama humano. De resultas de esta nueva tendencia, mr. Yimou ha dejado atrás el minimalismo de filmes como “Sorgo rojo” o “Qiu Ju, una mujer china”, para abrazar la fastuosidad y el colorido de “Hero” o “La maldición de la flor dorada”. “La casa de las dagas voladoras” es la más satisfactoria película de su última etapa, y como muestra esta bellísima escena, en la que Zhang Ziyi (como el director, de los Zhang de toda la vida), supuestamente una bailarina ciega, despliega gracilidad y encanto para hipnotizar a todo hijo de vecino (chino) que se precie. Vaya con las cheerleaders de la dinastía Tang...

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INFINITA PEREZA


Decíamos ayer, al someter a exploración a “Planet Terror”, el primer segmento del proyecto “Grindhouse”, que el filme de Robert Rodriguez resultaba muy difícil de analizar, debido a su entusiasta voluntad de “ser” una mala película, lo cual descoloca por completo los principios maniqueos bajo los que el crítico otorga su dogma (esto es bueno, esto es malo), y obliga a diseccionar desde la distancia, cosa que todo buen estudiante de biología sabe que es muy jodido. Con “Death proof”, la mitad tarantiniana del asunto, ocurre algo similar, aunque por razones muy diferentes. No se puede decir que sea una mala película en absoluto, porque sería injusto. Sin embargo, analizada desde cierta perspectiva distante, deja a cierto público tarantinófilo (como, sin ir más lejos, Mi Majestad) un ligeramente áspero sabor a decepción. Como ya indiqué en el post sobre “Pulp fiction”, tito Quentin se ha abandonado a la senda del revival del cine chusco, al exhibicionismo cinéfago y al amiguetismo descontrolado. De todas estas premisas nace el proyecto “Grindhouse”, del que desemboca, a su vez, ese “Death proof” que anida varias de las virtudes del postmoderno chico de Knoxville, pero cuya autocomplacencia y pereza intelectual convierten en la, hasta ahora, peor película de Tarantino, en opinión del que esto escribe.

“Death proof” viene a ser algo así como el hermano tonto de “Kill Bill” (a pesar de que las dos partes están muy bien diferenciadas, me referiré a ella como una sola película): ambas son divertimentos personales, homenajes a géneros semiolvidados y celebrados por minorías frikis con infinita capacidad pulmonar para bucear en las profundidades de los videoclubs, hipérboles descerebradas de cine de carcajada y birra pasadas por el turmix marca Tarantino. Pero así como “Kill Bill” es un esfuerzo considerable por dignificar varios de estos géneros (incluido, ojo, el western) a golpe de referencia, en muchos casos, inclasificable (aunque pocos hablan de Melville: ¿acaso no hay nada de Melville, de ese retrato del “héroe cansado”, en “Kill Bill”?); “Death proof” es, en cambio, un juguete vacuo e inane que, si no conociéramos el entusiasmo torrencial que le pone tito Quen a todo lo que toca, pareciera rayano en la desgana. “Death proof” es ese Ronaldinho estático que se limita a tirar faltas y penaltis, un ejercicio de estilo perezoso y estirado cual chicle de peseta al que salva el talento innato del otrora "enfant terrible" del cine americano, que, a pesar de lo anteriormente dicho, se desparrama por los innecesarios 114 minutos de film. Es curioso cómo Tarantino consigue que sus diálogos, a pesar de no decir nada, mantengan una energía considerable ( a la que el trabajo de Sidney Tamiia Poitier, Vanessa Ferlito, Rosario Dawson, Tracie Thoms o Zoë Bell no son ajenos); pero aún así, no consiguen enmascarar la realidad: no dicen nada. La cháchara verborreica de los dos grupos de chicas protagonistas del filme se supone que representan la versión femenina de aquellas inolvidables de los chavalotes de “Reservoir dogs” o de “Pulp fiction”, al hilo del prominente interés de Quentin por el universo femíneo; sin embargo, todas esas conversaciones (larguíiiiiiiiiiisimas, inacabables) no llevan a ningún lugar, no nos hacen conocer mejor a los personajes, no apoyan el desarrollo de la acción, y ni siquiera son demasiado ingeniosas, con alguna excepción. El inocuo guión de Tarantino se empeña en dar vueltas sobre sí mismo, cual gato jugando con su cola, a la espera de las dos escenas de acción que son el leitmotiv de la cinta. Por fortuna, las dos son excelentes, en particular la primera, en la que el psicópata “Stuntman” Mike (un Kurt Russell simplemente perfecto) descerraja su maldad a lomos de su coche “a prueba de muerte”, aplastando a las primeras cuatro desdichadas, en la escena más imaginativa de toda la película. La segunda, con Zoë Bell cabalgando contra su voluntad el coche en el que iba con sus amigas, es más larga pero más emocionante, y es rematada de manera tajante por tito Quen, tan desvergonzadamente que casi dan ganas de aplaudir. Dudo mucho que haya sido su intención, pero se podría interpretar “Death proof” como metáfora (todos sabéis lo que significa el coche como símbolo sexual masculino...) de dos violaciones: una primera consumada después de una falsa seducción, y una segunda en la que la(s) mujer(es) se rebela y devuelve las tornas. En el capítulo de autocitas, no podían faltar los planos fetiche de pies femeninos o aperturas de capós, ni Michael Parks haciendo de sheriff McGraw, de nuevo acompañado de “hijo núm. 1”. La música, por supuesto, vuelve a ser otro personaje del filme, y su selección es tan impecable como acostumbra.

Dicho todo esto, no hay ninguna duda de que “Death proof” es mucho mejor que “Planet Terror”, aunque se ajusta mucho menos al perfil de lo que se supone que se pretendía en “Grindhouse”. Quitando los falsos cortes, saltos de plano, efectos rayado y demás superchería, “Death proof”, aunque parezca un contrasentido, es demasiado “tarantinesca” para asemejarse a una de esas películas de serie Z a las que se pretende reverenciar. Quentin, pescao, quítate las legañas de una puñetera vez y trabaja un poquito...

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LOS GANADORES DE VENECIA 2007



Interrumpimos la programación para dar la conexión a nuestro reportero en Venecia.
Por segunda vez, Ang Lee se lleva el León de oro, con Lust,caution, una historia de amor y espionaje protagonizada por Tony Leung, de la que se ha comentado sobre todo sus escenas de sexo ¿Acaso repetirá Oscar?.
Cate Blanchett ha sido la ganadora de la Copa Volpi a la mejor actriz por su interpretación de Bob Dylan en I’m not there
Brad Pitt se ha llevado la Copa Volpi al mejor actor por The assassination of Jesse James by the coward Robert Ford
A Brian de Palma le ha correspondido el León de plata por Redacted
Nikita Mikhalkov ha tenido un León de plata por el conjunto de su carrera.
Abdellatif Kechiche y Todd Haynes han obtenido ex- equo el premio especial del jurado por La graine et le mulet y I’m not there, respectivamente.
Y, finalmente, el español Eduardo Chapero Jackson se ha llevado el premio al mejor corto europeo por Alumbramiento.
Y eso... eso... eso es todo, amigos!
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PROMESAS INCUMPLIDAS


No es la primera vez que decimos que nos gusta Cronenberg, su peculiar manera de tratar el terror, las enfermedades y el sexo hacen de él alguien único y sumamente interesante, aunque parece que (aparentemente) haya cambiado de estilo desde Una historia de violencia, su última película, Eastern promises, pinta pero que muy bien. Un reparto de lo más internacional y atractivo, compuesto por Naomi Watts, Monsieur Bellucci, digo, Vincent Cassel, Armin Mueller Stahl y –sobre todo- un Viggo Mortensen que parece primo hermano del Robert de Niro de El cabo del miedo. Por cierto, me encanta el gesto que hace al final, en plan "chaval, me he quedao con tu cara". Parece que ha conseguido quitarse de encima la imagen de Aragorn-melenas-al-viento.

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UN HOMBRE Y SU SUEÑO



Si Coppola se parece a alguno de los personajes de sus películas, sin duda es al idealista Tucker, empeñado en construir un coche perfecto frente a las grandes multinacionales del automóvil; tan sólo hay que cambiar coche por Zoetrope y las empresas por las productoras. Pero no empecemos por el final.
Como muchos de su época, Francis Ford Coppola comenzó gracias a Roger Corman; su trabajo como guionista también le abrió bastantes puertas, de modo que empezaron a darle mejores proyectos, hasta que finalmente decidieron ofrecerle la dirección de un best seller, después de haber rechazado a unos cuantos. Querían que fuera algo muy grande y ambicioso. Acababa de nacer El padrino, pero como ya hemos hablado de ella tanto marcbranches como yo, no digo nada más, tan sólo que fue un exitazo tan enorme, que le colocó en una situación priviliegiada, pero su siguiente película, que era esperada con ansiedad, no tenía nada que ver con la anterior. La conversación trataba de la enorme soledad de un hombre que se dedica a grabar conversaciones de los demás, cuando él mismo no es capaz de expresar sus sentimientos. Hecha en plena época del Watergate, contó con un espléndido Gene Hackman, pero funcionó discretamente en taquilla.
De modo que se volvió a lo seguro, querían continuar con El Padrino, y lo hizo, pero ésta vez quiso darle un tratamiento diferente: por un lado se veía la juventud de Vito Corleone y su lento ascenso hasta convertirse en Don, y por otro está Michael que quiere ampliar los negocios en Cuba, pero se encontrará problemas con uno de sus hermanos. Para algunos es superior y mas inventiva que la primera.
Y luego vino toda una experiencia, tanto cinematográfica como vital: quería adaptar la novela de Conrad El corazón de las tinieblas, situándola en la guerra de Vietnam. Huracanes, enfermedades, momentos en que estuvieron al borde de la ruina.... El rodaje fue tan accidentado que se rodó un interesantísimo documental, Corazones de las tinieblas: un apocalipsis de rodaje. Tras un sinfín de penalidades, se acabó la película y el resultado, Apocalypse now, es sencillamente apabullante, mucho más que una película de guerra, nos lleva a la parte oscura de nosotros mismos. Otro peliculón al canto.
A continuación ya quería ir por su cuenta, había encontrado su sueño, quería crear American Zoetrope, un estudio de cine que se dedicaría especialmente a los efectos digitales, donde los directores pudieran trabajar en libertad, lejos de las productoras. Allí rodó Corazonada, un musical de lo más atípico, que fue un fracaso pero con el tiempo se ha convertido en una obra de culto.
Los estudiantes americanos decidieron que fuera él quien llevara a la pantalla a su autor favorito (no sabrán donde está Paris, pero parece que de cine entienden, los chicos), y así surgió Rebeldes, colorido homenaje a Rebelde sin causa, que si se ha de recordar por algo es que sirvió para que a continuación dirigiera La ley de la calle. Esa sí que sí.
Volvió a experimentar mezclando el cine negro con el musical en Cotton Club, con imágenes bellísimas, pero el resultado fue un fracaso, aunque la escena del final le sirvió como ensayo para de la Caballería rusticana de El padrino III.
Entre lo mas destacable que ha rodado últimamente están Tucker y Drácula, donde pudo hacer experimentos visuales a su gusto; de todo lo demás es casi mejor olvidarse. Tan sólo por la trilogía de El padrino y Apocalypse now ya tiene un nombre en la historia del cine. Te echamos de menos, Francis, ojalá Youth without youth no nos defraude.
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¿DÓNDE TE HAS METIDO, JOE DI MAGGIO?





Sí, ya sé que la canción representativa de “El graduado” es “Mrs. Robinson”, escrita ex profeso para la película. Pero a mí me gusta más “Scaroborough fair”; uséase, el gato es mío y me lo etcétera...

Vuelvo de mi recogimiento espiritual con el espíritu masoquista más enhiesto que nunca, dispuesto a recibir los latigazos terratenientes de Alice la Directrice y someterme con resignación (y un puntito de perverrrrrrso placer) a la explotación infame de la jefa, así como a las lecturas despiadadas del público aquí presente. Pero como mi imaginación y capacidad de improvisación siguen como de costumbre, o sea, bajo mínimos, me agarro a un reciente post colgado por Mi Majestad Marcbranches, aquella escena de “The holiday” en la que Jack Black, haciendo un repaso a varias bandas sonoras célebres, canturreaba unas notas del “Mrs. Robinson” de Simon & Garfunkel mientras Dustin Hoffman, en un cameo tan nimio como delicioso, se hacía cruces. Un tema tan característico de los sesenta como la propia película que le dio origen, “El graduado”, segundo film del norteamericano de origen alemán Mike Nichols, un director tan irregular como interesante, que se comió el mundo durante unos años con “¿Quién teme a Virginia Wolf?” y la cinta que nos ocupa, y cuya carrera ha resultado ser un guadiana artístico de considerables proporciones. “El graduado” fue un éxito sideral, recaudó millones a destajo, convirtió al primerizo Dustin Hoffman en una celebridad universal, se adelantó a los tiempos en algunos aspectos, y nos dejó jirones de leyenda cinematográfica y musical. El paso del tiempo no le ha hecho perder frescura, aunque sí capacidad de provocación, y nos permite comprobar que aunque no es una película redonda, su naturaleza de seducción sigue prácticamente intacta. Igualita, punto por punto, que la señora Robinson...

“El graduado”, de 1968, vino a cubrir un espacio que se había dejado bastante desocupado en aquella época, la del retrato de una juventud indecisa, preocupada por su futuro y aprisionada en un choque generacional más profundo de lo que lo habían sido hasta aquel momento. Nunca hasta entonces los caminos y las inquietudes de padres e hijos fueron tan dispares, en particular si de la sociedad americana tratamos. Así, Benjamin Braddock (un Dustin Hoffman muy sutil, ya muy sabio para ser tan joven), graduado (¿en qué?) con excelentes notas, se encuentra en tierra de nadie entre los deseos de sus padres, familiares y mentores (“piensa en el plástico...”) y su angustia vital, su auténtico desconocimiento de la vida. Claro que para hacer la indecisión más agradable está la señora Robinson (perrito piloto al que me diga el nombre de pila del personaje), amiga (junto a su marido) de sus padres, que le seduce y le encadena a una vida de gigoló... hasta que Ben se cruza con su hija, Elaine (Katharine Ross), y no se le ocurre otra cosa que enamorarse. La primera parte de la película, quizá hasta la entrada en escena de Elaine, es excepcional, magistral de cabo a rabo. Film de género inclasificable, etéreo, resbaladizo, parece una comedia lánguida con ribetes melodramáticos, en la que, en cualquier caso, predomina la angustia de Ben, su desconcierto ante su presente y su futuro. Los títulos de crédito (travelling lateral en el que Ben va hacia un lado, en el aeropuerto, y el resto de pasajeros hacia el otro), la escena de apertura (Ben se dispone a hacer su papel en el paripé de su fiesta de graduación, y la cámara le sigue hasta pararse brevemente en el retrato de... un payaso), los recursos visuales (esas apariciones de Mrs. Robinson reflejada en una mesa de cristal, o en un cuadro)... La cinta está embutida de metáforas resueltas con deslumbrante exquisitez, y en general la factura del film es de maravillosa discreción, como demuestra la elegancia de varios de los fundidos y transiciones entre escenas. El extravío moral y existencial de Ben, el desapego hacia sus padres y lo que significan, el péndulo moral que guía su relación con la señora Robinson dominan el relato y lo trasladan hasta el ámbar de una obra maestra. Sin embargo, una vez aparece Elaine en la vida de Ben, el film cambia el rumbo hacia trazos algo más gruesos y caminos menos enfangados. Hollywood pesa, y la película se transforma en un extraño, lánguido y sinuoso melodrama romántico, advirtiendo ciertos cambios y recursos nuevos (zooms repentinos y bruscos) que llevan a la narración al borde del histerismo y, en mi opinión, le restan méritos para convertirse en leyenda cinematográfica. Leyenda que si alcanza, sin embargo, la gran Anne Bancroft, que realiza una interpretación asombrosa a través de esa Mrs. Robinson devoradora de efebos, distante, manipuladora, que maneja con precisión de relojero centroeuropeo el arte de la seducción de jovencitos Braddock. Pocas cosas tan eróticas ha habido en el cine como las piernas de esa señora Robinson de voz susurrante, felina, avinagrada; madura seductora de guante blanco y falda corrediza; ambición lúbrica tanto de señores casados con batas boatiné como de supradolescentes de gatillo fácil. God bless you, please, Mrs. Robinson.
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MEMORIAS DE OTRA GEISHA



Si no hace mucho comenté Memorias de una geisha, no he podido evitar compararla con ésta otra película, con la que la americana resulta claramente perdedora. Me refiero a Vida de Oharu, de Kenji Mizoguchi.
Mizoguchi, con Kurosawa y Ozu fueron los grandes maestros del cine japonés en su época dorada; cada uno de ellos eran muy distintos. Uno de los temas principales de Mizoguchi es precisamente uno que se suele dejar de lado, entre tanta katana: la mujer. Ella es la que sufre las consecuencias de los hechos de los hombres y la que es capaz de sacrificarse por las personas que ama, demostrando tener un tipo de valentía muy distinto al del hombre, porque ya se sabe que nosotras somos de Venus y vosotros de Marte.
Oharu (Kinuyo Tanaka) es vendida como cortesana, pero a la que se enamora de un criado y es descubierta, la destierran a ella y a sus padres y ejecutan al criado, ya que es un delito tener relaciones con alguien de clase inferior; a partir de aquí empezará un largo viaje a los infiernos de la muchacha, que es usada por su padre como moneda de cambio; los momentos de felicidad de Oharu serán muy breves, para bajar cada vez un escalón mas en su degradación hasta acabar como una patética prostituta que ofrece sus servicios por las calles intentando disimular como puede su vejez, teniendo que soportar los comentarios humillantes sobre su aspecto.
La película empieza y acaba de la misma manera, siguiendo a una envejecida Oharu por las calles mientras va en dirección a un templo. Con un ritmo rápido se nos va mostrando la vida de la protagonista desde que es una adolescente hasta que es una anciana y cómo va pasando por los diferentes niveles de la sociedad: de la corte, a la casa de un señor guerrero, comerciantes, convento o la calle. Por todos ellos pasa Oharu, siendo despachada por celos o intereses políticos, siempre perseguida por la mala suerte. En una escena Oharu se compadece de una mujer que canta en la calle, presintiendo que ella puede acabar igual, como así ocurre.
Mizoguchi nunca se pone demasiado melodramático o moralista. Cuando Oharu es llevada como concubina, tras pasar una prueba de selección que ríete de los castings de Operación Triunfo, los recelos de la primera esposa se nos muestran a base de miradas de recelo, mientras unas marionetas representan una historia bastante similar a la suya.
Es una lástima que haya desaparecido gran parte de la obra de Mizoguchi, pero lo que ha quedado demuestran su talento, ahí están Cuentos de la luna pálida o El intendente Sansho como buena muestra de ello. Merece la pena descrubrirle.
 
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