Las similitudes de los samuráis con los asesinos profesionales es un tema que ya se ha tratado mas de una vez en el cine. Ahí está, por ejemplo, El silencio de un hombre, pero probablemente el enfoque mas original sea el de Jim Jarmusch en Ghost dog.
Tenemos a un inmenso Forest Withaker que, pese a tener apariencia de cantante hip hop, por lo visto ha debido de tomarse una sobredosis de lectura de Hagakure y se cree Toshiro Mifune.
Su forma de vida es de lo mas peculiar: vive tan sólo con la compañía de sus palomas, con quien parece entenderse mejor que con los humanos (como el Marlon Brando de La ley del silencio), dedicándose a la meditación, a la lectura y a practicar con la katana. Tan sólo tiene un amigo, un vendedor de helados que sólo habla francés, a los que se ha unido una niña aficionada a la lectura. Como todo samurai, Ghost tiene un dueño, un gangster, Loiue (John Tormey), que le salvó la vida hace tiempo y al que le debe una fidelidad absoluta. Cada primer día de otoño, Louie le paga por los “encargos” que ha hecho durante el año.... repartiendo pizza, lo habéis adivinado.
Los gangsters de la película parecen salidos de los Soprano; son viejos, horteras, supervivientes de un mundo que ya no existe –como Ghost dog-, y pasan el tiempo viendo dibujos animados en la televisión sin parar o hablando de rap. Todo un acierto.
Los problemas llegan cuando Louie encarga a Ghost que elimine a un hombre, haciendo que éste se replantee su código de valores, pero la solución la encuentra siguiendo punto por punto su manual.
La hija de uno de los capos (Tricia Vessey) es la enigmática joven que lo presencia todo y acaba teniendo la clave de cómo resolver el asunto. Parece un cruce entre la Natalie Portman de El profesional y Asia Argento (ahora viene cuando todos os vais a galope al videoclub mas cercano).
La total coherencia del personaje de Withaker y su dignidad, pese a ser un asesino (porque un profesional es un profesional) hacen que esta película sea de las mas recomendables y disfrutables de Jim Jarmusch.
Tenemos a un inmenso Forest Withaker que, pese a tener apariencia de cantante hip hop, por lo visto ha debido de tomarse una sobredosis de lectura de Hagakure y se cree Toshiro Mifune.
Su forma de vida es de lo mas peculiar: vive tan sólo con la compañía de sus palomas, con quien parece entenderse mejor que con los humanos (como el Marlon Brando de La ley del silencio), dedicándose a la meditación, a la lectura y a practicar con la katana. Tan sólo tiene un amigo, un vendedor de helados que sólo habla francés, a los que se ha unido una niña aficionada a la lectura. Como todo samurai, Ghost tiene un dueño, un gangster, Loiue (John Tormey), que le salvó la vida hace tiempo y al que le debe una fidelidad absoluta. Cada primer día de otoño, Louie le paga por los “encargos” que ha hecho durante el año.... repartiendo pizza, lo habéis adivinado.
Los gangsters de la película parecen salidos de los Soprano; son viejos, horteras, supervivientes de un mundo que ya no existe –como Ghost dog-, y pasan el tiempo viendo dibujos animados en la televisión sin parar o hablando de rap. Todo un acierto.
Los problemas llegan cuando Louie encarga a Ghost que elimine a un hombre, haciendo que éste se replantee su código de valores, pero la solución la encuentra siguiendo punto por punto su manual.
La hija de uno de los capos (Tricia Vessey) es la enigmática joven que lo presencia todo y acaba teniendo la clave de cómo resolver el asunto. Parece un cruce entre la Natalie Portman de El profesional y Asia Argento (ahora viene cuando todos os vais a galope al videoclub mas cercano).
La total coherencia del personaje de Withaker y su dignidad, pese a ser un asesino (porque un profesional es un profesional) hacen que esta película sea de las mas recomendables y disfrutables de Jim Jarmusch.