Se dice que la figura de la
madre muerta es uno de las simbologías más empleadas en la narrativa, tanto lírica como dramática, del
Romanticismo español. Metáfora reincidente del desamparo humano, la figura de la madre muerta ha sido adherida a héroes y heroínas como refuerzo de su condición de seres frágiles y al pairo del sentimiento de amor, y, por tanto, de la pérdida del mismo; aunque también, en su vertiente, llamémosle, fantasmal (se la recuerda, por tanto, vive), como soporte vital del personaje, agitando siempre, en cualquier caso, los altibajos sentimentales y morales de los héroes románticos. ¿Es, en consecuencia, Ismael López de Matauko, el protagonista de la película “
La madre muerta” de
Bajo Ulloa, un héroe tradicional romántico? Nain. Sin embargo, el objeto iniciático de la figura literaria, el desamparo, sí que se encuentra muy presente en la película y sus protagonistas, lo cual permite a Mi Majestad tirar por la calle de en medio de este patillero argumento. Si con este primer párrafo alguien albergaba la esperanza de que mi modus operandi haya cambiado, y por fin sepa de lo que estoy hablando, desengáñese señora.
Juanma Bajo Ulloa fue durante un tiempo, el niño mimado del cine español. Y digo bien: del cine español, no de la industria. La pátina de enfant terrible que ha arrastrado el bueno de Juanma -a golpe de pantalones pitillo, camisetas de la selección brasileña y un discurso antisistema fácilmente interpretable como pose- le granjeó la adhesión incondicional de parte de la cinefilia hispánica, hipnotizada por su narrativa malsana, su facilidad para la atmósfera turbadora y sus personajes al límite. Aunque su ópera prima “Alas de mariposa” fue muy aplaudida, “La madre muerta”, que fue recibida con tremenda disparidad de opiniones, fue la que le barnizó con la primera capa de malditismo, que soportó incluso el descomunal éxito taquillero de “
Airbag”. El gatillazo de “El Capitán Trueno” y la odisea financiera y presupuestaria que precedió a la ínfima distribución de la perroverdista “
Frágil” han dejado hoy en día a Bajo Ulloa a un par de metros de la caricatura de sí mismo. Aunque
considero “
Alas de mariposa” su película más redonda, es quizás en “La madre muerta” donde encuentro las escenas más electrizantes de la carrera del director vasco. Y con este van dos párrafos de introducción. Arráncalo ya, por Dios.
Así que al grano, que dijo el señor Clearasil. “La madre muerta” nos cuenta la historia de un despreocupado asesino (Ismael López de etc., también llamado
Karra Elejalde), al que sólo le obsesiona una cosa: que la hija autista (Leire, o
Ana Álvarez) de una de sus víctimas veinte años atrás, tan impresionada que no volvió a recobrar la razón, acabe por reconocerle. Así que hace lo que haría cualquier hijo de vecino en su lugar: secuestrarla y esperar a matarla un día de estos que haga bueno. Pero una extraña empatía mediatiza las decisiones y reacciones de Ismael... La ¿cantante? francesa
Lio (undostres-respondaotravez: por 25 pesetas, títulos de canciones interpretadas por Lio que el lector conozca) (lo sabía. Pues pónganse a ver
esto, o
esto, y luego intenten no arrancarse los ojos con una grapadora), como la amante de Ismael, y una yogurina
Silvia Marsó, como la cuidadora de Leire, completan el reparto principal. El largometraje presenta algunas de las características esenciales que ya observamos en “Alas de mariposa”: una atmósfera malsana, un aire cortante cual afilador, una violencia soterrada (y no tan soterrada) derivada de los sentimientos extremos de los personajes, aderezada con maestría por la banda sonora de
Bingen Mendizábal. Con más altibajos que en su primera obra, Bajo Ulloa explicita ese ambiente insalubre a través del personaje de Ismael, al que Karra Elejalde borda, convirtiéndolo en uno de los mayores cabrones que haya creado el cine patrio (undostres-etcétera: por 25 pesetas, nombres de grandes villanos del cine español) (no, no vale
Jose Luis Moreno en “
Torrente 2”). Su explosión de violencia en el asesinato de su jefe es pura casquería; lo que nos inquieta, realmente, es su comportamiento durante el día, el maltrato psicológico a su amante (otro mal bicho, por otra parte) a golpe de burlas y amenazas, su desprecio por todo lo que le rodea. Un alma decolorada -desamparada- hasta la negritud, que encuentra una chispa fosforescente en la candidez sin conocimiento de Leire. Ismael ha abandonado su humanidad hasta el embrutecimiento casi ancestral, de tal manera que es incapaz de entender, siquiera plantearse, qué le hace sentir esa hermosa niña con aspecto de adulta que le refrena su habitualmente despreocupada tendencia asesina. No sólo eso. En una escena peripatética, Ismael rebusca entre los despojos de su humanidad para tratar de hacer reír a la chica disfrazado y pintarrajeado (eso sí, sin que le oiga su amante, que hay una imagen que mantener), y que consigue poner la piel de gallina al que esto escribe al presenciar al payaso derrotado ante la pureza de la inocencia de Leire.
Y secuencias de ese tipo resultan creíbles gracias al estupendo trabajo de Ana Álvarez, que consigue desprender una ternura ante la que no cabe defensa posible con la máxima economía de gestos, situándose justo al extremo contrario de varios compañeros de trabajo que se han valido de personajes similares para ganar, no sé, unos oscars. Es imposible resistirse al inerte candor, a la inocencia ininterrumpida de esa niña-mujer al desamparo de su madre, al desamparo de la razón, incapaz de moverse por algo que no sea una tableta de chocolate, y que, sin embargo, es capaz de convertir a un detritus humano en una persona capaz de sentir compasión, altruismo, de, a su manera, querer. Quizás la madre muerta del título no sea la de Leire, abandonada por la razón, sino la de Ismael, abandonado por la humanidad. Y, quizás, la imagen fantasmal de la madre rediviva sea la de la propia Leire, acudiendo al rescate del alma perdida de un hijo descarriado.